24.5.06

Gabriel JIMÉNEZ EMÁN y su Helena

"Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello"
G.J.E
Les invito a leer este cuento de un escritor venezolano. Es un cuento de sus inicios, pero su idea me gusta mucho. Su obra posterior es mejor, pero las primeras realizaciones de todo escritor, tienen su encanto. Abajo de la biografía, les añadí un cuento más reciente y que es uno de los favoritos para la autores de la crítica literaria. --------------- HELENA DE LAS UVAS
Por Gabriel Jiménez Emán
........................... Contraje mis últimas nupcias con una mujer enamorada de las uvas, llamada Helena. Al principio me llenaba de encanto besarla sobre alfombras tapizadas de uvas, sintiéndonos desnudos entre los fríos granos, enterrándonos llenos de éxtasis en gigantescos racimos que ella hacía traer de no sé qué lejanos países donde, según ella, se daban las uvas más bellas de la tierra. Concluidos los ritos del sexo, quedaban restos de uvas aplastadas, cuyo olor fue compenetrándose con las habitaciones donde amábamos y, finalmente con ella. Debo confesar que al comienzo también me agradó su olor a uva arrancado del corazón de Italia, hasta el punto de levantarme en una exquisita atmósfera de embriaguez. Después fueron sus palabras, convertidas en el aroma del vino, las que habitaron mis más oscuros rincones. Más tarde –como era de suponerse– fui yo el nuevo impregnado de aquellos magníficos halos. Por toda la casa había botellones repletos de los más codiciados vinos, preparados por Helena. Manejando sus manos finas, casi transparentes, elaboraba deliciosas mezclas en pocos instantes. «Prueba –me decía a menudo– he descubierto un nuevo aroma». Con el tiempo, ambos fuimos adquiriendo un extraño color rojizo, el cual producía en los demás muecas de verdadero asco. Debido a ello decidimos salir poco de la casa; comprábamos provisiones para varios meses con el fin de permanecer allí la mayoría del tiempo, haciendo el amor y bebiendo. Una mañana, viendo que nuestras provisiones habían llegado a su fin, decidimos salir en busca de otras. Helena me dijo que deseaba salir sola, y al abrir la puerta cayó desvanecida. Con ayuda de algunos estimulantes logré que se restituyera, pero en cada nuevo intento que hacíamos de salir, sucedía lo mismo. Los días pasaban, y el hambre crecía. Pedir ayuda era casi imposible, debido a lo alejado de la casa del resto de la ciudad. Gritamos muchas veces, pero nos dimos cuenta que nuestras voces endebles eran escuchadas solamente por nosotros mismos; nuestra compenetración con los secretos del vino fue lo único que logró alentarnos a vivir un poco más. Tratamos incansablemente de consolarnos en él; lo sudábamos, lo llorábamos, tomábamos largas luchas con él, y finalmente lo sustituimos por toda otra clase de líquidos. Nos fuimos tornando más rojizos, más transparentes, más tristes. Siguieron interminables vómitos donde la sangre y el vino se confundían en una sola mezcla, formando coágulos de olor insoportable. Viendo que las horas se le escapaban, Helena me hizo conducirla a una habitación hasta ese momento desconocida por mí, donde tenía instalado un majestuoso altar en honor a un dios sonriente y regordete, cuya imponente fotografía colgaba del techo, llamado Baco. Allí oró, metiendo la cabeza entre los muslos. Las palabras, confundidas con gemidos, producían un aterrador eco entre sus piernas. Finalmente, una tarde lluviosa y apagada, Helena murió. Lloré todo un día sin parar, llenando de vino todos los lugares por donde pasaba. Después, reuniendo mis últimas fuerzas, logré pasar el umbral de la puerta con Helena en mis brazos, la cual se hacía cada vez más liviana y más cálida. Por la noche, abrí una fosa en el patio y le di sepultura. Nunca imaginé poder soportar todo aquello, porque jamás me gustó el vino. Ahora, vuelto a una vida rutinaria y vacía, pienso en ese último matrimonio mío, muy extraño en verdad. Tomado del Libro “Los dientes de Raquel”, 1993. Monte Ávila Editores Latinoamericana.
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Biografía
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Narrador y poeta venezolano nacido en 1950. Su obra ha sido traducida a distintos idiomas y galardonada con varios premios nacionales. Jiménez Emán sabe también de los afanes propios del investigador; antólogo y colaborador de publicaciones venezolanas y extranjeras. Monte Ávila Editores ha publicado mucha de su extensa producción, entre cuyos títulos más recientes se hallan Los dientes de Raquel (relatos, 1993), Espectros del cine (Ensayo, Cinemateca Nacional, 1998), Sueños y guerras del Mariscal (novela, Comala, 2001), La gran jaqueca y otros cuentos crueles (relatos, Imaginaria, 2002) y Relatos de otro mundo (relatos, Colección Continentes, 2003). Jiménez Emán dirige la Cátedra Nacional de Literatura y Humanismo.
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UNA ÑAPA, UN PILÓN
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EL IDIOTA Gabriel Jiménez Emán
................... Cuando el sabio señaló la luna, el idiota se quedó mirando el dedo del sabio, y vio que se trataba del índice. Era un dedo arrugado, envuelto en una epidermis desgastada, cuyo tejido anterior se hacía tan fino que el espesor de la sangre, fragmentado en pequeños puntos rojos, se dividía a su vez en forma de tabique, debido a las líneas irregulares que en grupos de cinco separaban a las falanginas de las falangetas. Por la parte posterior, en la superficie de los nudillos, estas líneas eran más numerosas y parecían nervaduras de hoja, pues el sabio era tan viejo que la piel del nudillo era un pellejo de consistencia inerte, y hasta tenía ciertas marcas de los mordiscos leves que el sabio le había dado en los momentos de reflexión. En los demás dedos del sabio había ciertos vellos, que el idiota apenas conseguía registrar con el ojo, tal era su concentración en el índice, distintos de aquellos por ser lampiño, con los poros más grandes y de una uña más pronunciada, curva y de una pátina tenue de amarillo. Su superficie se adivinaba casi tan lisa como la de un cristal, y brillaba. El contorno de la cutícula estaba perfectamente dibujado; no había en su línea cóncava ni el más mínimo desprendimiento. El nacimiento de la próxima uña, blanco y puntiagudo, formaba con la cutícula un óvalo que el sabio miraba a veces, encontrando en él una especie de centro universal cuyo significado desconocía. Se detuvo por fin el idiota en la parte superior de la uña, que coincidía exactamente con el nivel de la yema y cuyo borde se inclinaba hacia abajo. Allí el idiota vio, perfectamente reflejada y redonda, a la luna.
(Relatos de otro mundo,1987)

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