12.8.07

JESÚS, ¡caray... la pubertad!

Jesús Nieves Montero nació en Caracas, 1977. Cursó estudios en la Universidad Metropolitana y participó en el taller de Narrativa del CELARG coordinado por Sael Ibañez (1997-98). Articulista del diario Reporte y de la revista Zeta.
Crítico literario de la revista Panfleto Negro (www.panfletonegro.com). Autor de los libros de relatos "Casi un juego” (1999, mención especial en el Primer Concurso de Autores Inéditos organizado por Monte Ávila Editores), "Juegos de amor/Juegos de memoria" (Comala.com; segundo lugar del Premio Latinoamericano de Literatura Joven Dupont-M.E.E.T. en abril de 2001); “Juegos de perdón” (primer lugar en el Premio Internacional de Narrativa convocado por The Cove/Rincón (Miami) y Pegaso Ediciones (Rosario, Argentina), 2002).


Ha sido finalista del VIII Concurso de Cartas de amor de Mont Blanc (2006) y participó en la Semana de la Nueva Narrativa Urbana.También es autor de la novela corta “Últimos juegos” (2003). Se ha desempeñado como coordinador de los talleres literarios de la librería VDLbooks y como profesor del Taller de Ficción breve, el Programa Superior de Escritura Creativa y el Taller de Novela corta del ICREA. Colaborador editorial del Grupo Gerente y de Contenido Inteligente.

Les ofrezco un cuento suyo que cabe dentro del género de formación Bildungsroman con título homólogo, el cual Jesús me hizo llegar amablemente para subirlo al blog. Su blog Vivir es cuestión de método y su página web personal: aquí. Espero lo disfruten.


Bildungsroman
Jesús Nieves Montero


La había conocido dos meses antes, al comenzar el verano. Se miraron y todo fue un conjuro para que sonrieran, se hablaran, se buscaran y salieran juntos todos los días. Las manos todavía buscaban siempre sobre la ropa aunque él ya la había desnudado muchas veces y la había penetrado tan profundamente como su mano le permitía imaginar cada noche cuando, después de despedirse, él regresaba a su casa a buscar consuelo de todo lo reprimido en la destreza de su diestra mientras transcurrían las imágenes de su colección particular.


Cumpleaños, un día normal. Cine a media tarde financiado por su padre, caminata bucólica, caricias en el parque, despedida. Compran los boletos, entran. Él desea susurrarle algo al oído que la convenza. Que le abra sus puertas. No sabe nada. Pasa. Así que sólo callan, sólo se sientan. Próximos estrenos, imágenes para el otoño que seguramente no verá con ella. Pero ahora ella desciende, él está tan concentrado que no obstaculiza el movimiento, sutil, inesperado, aunque lo conocía fuera de él, cuando veía a las mujeres de vídeo lamiendo, chupando, tragando deteniéndose en el instante previo a la asfixia. Escucha la cremallera, quisiera gritar fuck o decirle ¡puta! Suspirar y tener más de catorce años pero pronto los largos dedos, las uñas filosas escarban la mezcla de algodón y poliéster, insistentes, dan con su piel y él anestesia su inquietud.


Cierra los ojos. Con una mano acaricia el apoyabrazos izquierdo, furor contenido, es pasajero en una travesía turbulenta. Su derecha profundiza en el cabello que no puede mirar, negro, castaño, rojo, rubio, cualquiera. Voltea, levanta los párpados: el rayo de luz suspendido en su viaje del proyector a la pantalla. Brillo constante, permanente. Solo el sonido de la película que se mueve y las imágenes. Gira despacio: la pantalla. Vuelve a la luz, él se disuelve en un instante; el ímpetu del movimiento de ella, su succión, se vuelve sonora; él siente una debilidad que comienza por las piernas, continúa en el vientre: en el pecho, un callo insensible por las violentas convulsiones del corazón; su sexo, territorio distante donde ella reina. Luego el exceso de humedad en la boca de ella. Comprende. La distensión de los músculos. Suspira paladeando el aire que exhala. Ella se incorpora, no dice nada. Él sale de un sueño. Ella lleva su mano sobre la falda, justo bajo la cintura. Sugiere. Él cumple cien, cumple mil años. Lamenta la ausencia de una cámara que mire, registre, eternice.

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