26.9.06

MIGUEL GOMES desde su visión memorable

Miguel Gomes es uno de los narradores venezolanos más importantes de su generación. Pero éste descendientes de portugueses, nacido en Caracas en 1964, vive desde 1989 en Estados Unidos, donde se desempeña como profesor universitario, y además publica poco: sus anteriores libros de relatos son Visión memorable (1987), La cueva de Altamira (1992), De fantasmas y destierros (2003) y Un fantasma portugués (2004).
Pero con su nuevo título, Viviana y otras historias del cuerpo, Gomes renueva su prestigio entre nosotros. Viviana y otras historias del cuerpo (Literatura Mondadori, 2006) reúne doce piezas narrativas para un total de 229 páginas. Una escritura breve, sin florituras ni recovecos, en los que la complejidad está bien escondida bajo un estilo sólido y accesible que recuerda a los grandes novelistas del país donde vive –John Updike, Phillip Roth, por ejemplo- y que se mueve dentro de un universo de referencias que se tiende entre tres ámbitos principales: el pasado pobre y conservador de la familia lusitana, la infancia y adolescencia en la Caracas de los 70 y 80, el presente en las universidades de la costa este de Estados Unidos.
Sobre los cuentos de Viviana y otras historias del cuerpo sobrevuela el tema erótico pero sin invadir nunca del todo a sus circunstancias y personajes. Porque el cuerpo no está en este libro sólo para ser acariciado: es también el cuerpo sufriente del padre agonizante, el cuerpo mitológico de la abuela desaparecida, el cuerpo en decadencia del traductor deprimido y alcoholizado. El cuerpo es el instrumento mediante el cual los seres humanos se presentan ante los otros, y en él se reflejan la atracción o el rechazo, el júbilo o la tristeza, el acompañamiento o la soledad. A la hora de la verdad, el tema de este libro es el esfuerzo que todos hacemos para sentirnos menos solos, para encontrarnos a nosotros mismos cuando nos abandonan los demás, o cuando no logramos acercarnos a ellos. Como los buenos narradores, Miguel Gomes ha logrado plantear esas preocupaciones mediante historias redondas, con personajes muy vivos, y no mediante tediosas elucubraciones o ensayos de teoría. Viviana y otras historias del cuerpo ya está a la venta en las mejores librerías de Venezuela.
*Este texto apareció en un artículo del sitio web Analítica.com, Venezuela (fecha 28 de julio 2006)
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Les añado acá tres de sus cuentos...espero les gusten.
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FABELLA
La resignación infinita es el último estadio que precede a la fe...
KIERKEGAARD
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Lo que menos hubiéramos esperado de aquel sujeto era eso. Comíamos todos y su presencia se había hecho imperceptible. Entró con la mueca cotidiana de los que se disponen a almorzar y se sentó. Un camarero alterado, algunos minutos después, acudió a atenderlo. No pasó mucho tiempo antes de que le trajeran un plato de sopa. Por la espesura del vapor era fácil advertir que la primera cucharada iba a escaldarlo, y en efecto, tuvo que abrir la boca y llevarse las manos a la garganta, casi desesperado. Buscó sus anteojos, que habían caído al piso, y se ajustó la corbata. Una lágrima rodó por su cara. Pensamos que su llanto era lógico, pero luego comprendimos que se prolongaba mucho más allá de lo razonable. De repente, tras mirar el reloj, y con un vivo gesto de fastidio, hundió torpemente su rostro en el plato. Sólo al notar que sus manos amoratadas por la asfixia se retorcían de dolor, corrimos todos a ayudarlo. No bastaron diez personas para separarlo del plato y los cocineros vinieron a socorremos. Entonces, avergonzado, se secó la cara enrojecida y nos sonrío. Justo cuando volvíamos a nuestros asientos se repitió el mismo juego. Nosotros lo único que al principio hicimos fue mirarnos los unos a los otros y esperar que él solo se cansara de la broma. Pero los minutos pasaron pronto y nos alarmamos; parecía no arrepentirse de su actitud. De nuevo terminamos ayudándolo. Hizo más tarde varios intentos de arrojarse a la sopa, pero ya estábamos preparados. Teníamos la sensación de que un impulso irreprimible lo arrastraba a hacer aquello. Algún subterfugio para pasar el tiempo cotidiano de los almuerzos. Una vez que abandonamos el lugar -nos contó un camarero al día siguiente-, nadie supo dar cuenta de aquel desconocido: los cocineros, que no tenían la suficiente paciencia, contemplaron las últimas burbujas de asfixia que emergían del plato.
............................... (Visión memorable) Edición digital a partir de la edición de Julio Miranda, El gesto de narrar, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1998, pp. 479-480.
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DIES IRAE
El Juicio Final no es fábula, o alegoría, sino visión... WILLIAM BLAKE
.......................................................... Dicen que todo comenzó cuando se oyeron en la ciudad unos gritos lejanos, salidos de algún lugar desconocido. Dicen que los perros, inquietos, fueron a refugiarse en los callejones más oscuros y remotos que albergaban los arrabales. Dicen que la reacción inmediata de todos fue golpear atrozmente a quien más cerca estuviese, el hijo al padre, el padre a la madre, la madre al vecino y el vecino a su esposa. Dicen que las mujeres -enjambres y enjambres de ellas-, siguieron a los hombres para violentarlos. Y lo hicieron. Dicen que los niños acosaron a los transeúntes hasta que éstos tuvieron que subir a los árboles más altos para no ser alcanzados. Dicen que los autos embistieron a los peatones implacablemente, derribaron semáforos, faroles, puertas, subieron escaleras y más escaleras para dar en su blanco. Dicen que, una vez abatido el peatón, los demás conductores esperaron en pacientes filas su oportunidad para pasar sobre él. Dicen que las ancianas piadosas colocaron sus bastones convenientemente en el camino de los ciegos, para que éstos tropezaran y se fueran de bruces. Dicen que los mudos enloquecieron porque les fue imposible demostrar su miedo a gritos. ................................ (Visión memorable) Edición digital a partir de la edición de Julio Miranda, El gesto de narrar, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1998, p. 483.
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ENXIEMPLO
Una hebra de su camisa fue atrapada por la puerta del vagón. El tren comenzó a alejarse. La estación del Metro totalmente desierta. Un repentino tirón en su hombro lo hizo caer. Aturdido aún por la sorpresa, quiso levantarse, pero no pudo mantener el equilibrio. Nadie que lo ayudase. Su ropa no tardó en desaparecer. Durante algunos segundos, llenos sólo de silencio, pensó que todo había acabado. Pero entonces el hilo llegó a ese sitio oscuro en que la carne y la tela se confundían. Un grito. ¿Fue suyo? Insensible ya, partió tras el tren, deshilvanado rápida y minuciosamente. Quizás lo último que intentó fue alcanzar las escaleras de la estación. Jamás lo haría. De él sólo restaba la presencia incierta de todo lo que había sido.
............................................ (Visión memorable) Edición digital a partir de la edición de Julio Miranda, El gesto de narrar, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1998, p. 481.
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