19.11.06

Dioses generacionales de LLORENS

Manuel Llorens es un escritor venezolano de 33 años, psicólogo graduado de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), con especialización en Psicología Clínica por el Hospital Universitario de Caracas. Es investigador de la Unidad de Psicología del Parque Social Padre Manuel Aguirre, centro comunitario de la U.C.A.B. que atiende a las poblaciones de bajos recursos del suroeste de Caracas, especializándose en el tema de la violencia y el trauma. Ha publicado varios artículos de investigación en publicaciones como la Revista Venezolana de Psicología Clínica Comunitaria y en diarios del país. Asimismo es coautor de los libros Psicoanálisis y Creación Literaria: Un lugar de encuentros (2002) e Introducción a la Psicología I: Componentes básicos (2003). Es asesor del Programa de Atención a Víctimas de Violencia Basada en Género de la Organización No-Gubernamental Plafam (Organización de Planificación Familiar), así como de la O.N.G. Fundana (Fundación Amigos del Niño que Amerita Protección). Recientemente publicó el libro Niños con Experiencia de Vida en la Calle: Una aproximación psicológica (2005), que recopila diez años de investigación en el área. En el área literaria ha publicado un poemario titulado Vaca peligrosa y otras aves migratorias (1999), así como varios cuentos. Llorens ha participado en los Talleres de Creación Literaria del Celarg, en las menciones Poesía (1997-1998) y Narrativa (2000-2001). Su libro “Poema para un lunes bancario”, fue el ganador del XVI Premio de Poesía Fernando Paz Castillo en mayo del 2006.
Acá les subo uno de sus cuentos, será un placer para los treinteañeros, porque hace referencia a todos los sitios, música y costumbres de nuestra generación. Además, si eres venezolano(a), lo disfrutarás más porque usa modismos coloquiales de la época.
Salu2
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DE CUENDO EN CUANDO UN DIOS
Manuel LLorens
"Yo no podría cantarle a una vaca". El cantautor venezolano Colina explicando sus fuentes de inspiración. "Mentira la mentira mentira la verdad" Manu Chao El sol comienza a ponerse a un lado de la ciudad, mientras el amarillo rojizo revienta por el cielo, refugiándose al otro extremo en corredores de calles con nombres de árbol conmemorando bosques que quizás nunca existieron. Algunos jóvenes llegan del trabajo, se quitan la corbata, se colocan ganchos metales en orificios cavados en distintas zonas de sus cuerpos. Otros más jóvenes se agrupan en pequeños círculos distribuidos por toda la ciudad, ahogados en ríos de testosterona, a darle vueltas a botellas de vidrio que parecen conceder permisos sexuales a las niñas vírgenes de la alta sociedad. Las adolescentes se rompen de amor por los afiches que las seducen con fantasías de escapar de sus habitaciones clase media. Mientras que sus padres se entregan militantes a procesiones colectivas y solitarias en las autopistas, sintonizando estaciones de radio que se burlan del gobierno o recitan noticias como taladrando la acera. Mistolín trata de convencer a la Tati para que se termine de tomar la ginebra mientras la mirada se le pierde en la teta tan bien paradita que le apunta como convidándolo. — Me estoy muriendo pana, ¡creo que me voy! — Tranquilo men, concéntrate en lo que estás viendo. — Estoy muy cagao pana, estoy totalmente mareado. — Tranquilo men, es sólo la pálida, concéntrate en los colores. — ¡Qué colores marico, yo no veo ningunos colores! Lo que tengo es ganas de vomitar. Así es como Mistolín había terminado al lado de la poceta de la familia Casuso vomitado y dormido. Amaneció con un pocito de baba sobre las cerámicas aquamarinas importadas de Italia, se secó con algo de papel toalet que quedaba colgando como enviado del cielo, se vio la cara en la puerta de la regadera de vidrio molido y se estrujó los ojos sintiéndose un poquito más cerca de Kurt Cobain de lo que se había sentido en su vida. Esta sí sería una buena entrada en el diario que le inventaba a los amigos. Trató de recordar si anoche llegó en verdad a ver algunos colores inesperados pero lo único que le vino a la mente fueron unas olas azules diluidas de las vayas de cigarrillo que le gustaba mirar medio dormido cuando el chofer del papá lo llevaba al colegio. Prendió un cigarrillo y al pensar en algunas cosas que rascado le había balbuceado a la Tati se sintió otra vez como un completo inútil y le provocó hacerse la paja encaletado en el baño para bajar la angustia. Le gustaba ir para las fiestas y masturbarse en los baños de las sifrinas que lo invitaban, como último gesto de irreverencia. Se lavó la mano derecha y se bajó el cierre. Movió la toalla que colgaba de la puerta para poder verse en el espejo de cuerpo entero y pasó unos minutos viéndose el pene. Cuando subió la mirada volvió a conseguirse con una imagen que no se parecía a la que él tenía de él mismo. Esta era como muy infantil, sin laceraciones, sin experiencia. Tenía que ponerse ese piercing sí o sí. Cerró los ojos y empezó a pensar en Tati y su erección comenzó a cobrar forma. Sólo había comenzado a frotarse contra la toalla de la mamá de Tati cuando escuchó movimientos en la sala, asustado se guardó el pene y salió un poco acelerado. Era Lacrita que venía sonriente con un sanduche en la mano. — Marico vámonos que ya me ladillé de esperar que se levante esa jeva. — Tranquilo güevón, déjame despedirme de ella. — Marico no, porque me robé unos zarcillos. — Verga pana, no se te puede invitar nunca porque te pones con esas vainas. Deja esos zarcillos. — Esa jeva es amiga tuya no mía. El Chalís tenía horas tratando de bajar algunas canciones de Sentimiento de la red. Tenía días acumulando toda la información que podía para comenzar a organizar su tributo que pretendía dar a luz en la noche de la fiesta. Ya tenía la carpeta de Paul Gilman lista. De pronto recordó a Linda, la canadiense que lo acompañaba a los toques en Mata de Coco y los momentos en que entendió que él era un representante digno del Dark y que aunque no estuviera de acuerdo con muchos de los coñazos, sentía la misma rebeldía. Ahora quería hacerle un tributo a aquella época, para que quedara registrada en la historia por lo que fue: el mejor momento del arte nacional. El Yordano, el Franco de Vita, el Montaner, la Melisa, la Karina, el Colina, la Luz Marina, el Evio, el Aditus, el Fernando y Juan Carlos, Arcángel, Sentimiento, los comienzos de Zapato, qué época esa. Los conciertos revival le aseguraban que él no era el único que pensaba así. No recordaba exactamente cómo pero había logrado tener una miniteca, atravesar su época punk, cantar para una banda de hardcore, renunciar al mundo del espectáculo y convertirse en el vocero más desconocido del artista nacional… todo en una sola década. Además había logrado perder la virginidad cogiéndose una de las carajitas del teresiano en un ascensor y sacar el bachillerato. Qué época esa, nada mal, nada mal. A pesar de que su vieja, por cuestiones de choque generacionales, no lo haya podido comprender. — Panita si supieras la rumba. Hasta acabé en la toalla de la mamá de la Tati. — Marico tú y tus depravaciones, qué vacilón. — Si marico, la bicha era verde y se llenó toda esa mierda. Además, ya había vomitado en la poceta y llené el piso de baba mientras dormía. Mi vida interior está por todos lados ahora en esa casa. Soy un espíritu. Los acompaño cada vez que se cepillan, se desodorizan, se afeitan, se duchan, mean, cagan y la señora se hace la pajita en el bidet. — Marico, eres un depravado. Mistolín estaba contento, los panas le vitoreaban sus exageraciones y todos parecían creer en él más de lo que él mismo creía. A veces pasaba horas preguntándose por qué fabulaba tanto su vida y si eso no era una práctica que ponía en duda su madurez. Sólo lo conversaba con el pana Lacrita que era más mentiroso que él y siempre lo tranquilizaba. — Marico, no sé porque tú te preocupas por esa vaina. No ves que esa es precisamente la lógica de esta sociedad. Mi pana, no sabes que el invento tecnológico más vendido en los años noventa no fueron ni los celulares, ni los discman. Mi pana, el invento más vendido fueron los sostenes push—up. Todo el mundo sabe que la mitad de las jevas no tienen esas tetas tan bien paradas como parecen cuando te las buceas en la calle. Se sabe que es mentira, pero es sólo una exageración para darle valor agregado a la mercancía. — Güevón pero lo que pasa es que a veces lo cuento tanto que se me olvida si la vaina en verdad pasó así o no. ¿Te acuerdas del cuento ese de la jevita que conocí en Patanemo? — ¿Cuál marico? — La jeva esa que tenía ese super maltripeo y que me dijo que nos metiéramos juntos a la playa. — ¿Cuál marico? — Ese es el punto pana, yo he contado esa vaina miles de veces y ahora ni sé si esa jeva existe o no, si esa vaina pasó o no. — ¿Cuál marico? — Verga pana, si te estás quedando pegao. — No marico, te sigo. Pero es igual, no sabes que ya a estas alturas sabemos que la realidad es virtual. Como la película esa. ¿El segundo invento más vendido en los noventas sabes cuál es? La Viagra pana. Es igual, no sabes si la vaina se te paró porque la bicha estaba super buena o porque te metiste la pepita esa. ¿Y el Éxtasis no es la misma vaina? Estás super contento así, amas a todo el mundo. ¿Y es por qué? ¿Porque la rumba está superbuena o porque es una super tripa? Da igual. Da igual. Chalís ojeaba los afiches fotocopiados que anunciaban los toques en los colegios privados de su banda. Recordaba la sensación de montarse en el escenario y balbucear algunas palabras llenas de sabiduría que sacaba de los libros Kahlil Gibrán y las letras de sus grupos favoritos: "Ayúdenme a creer en algo. Porque yo quiero ser alguien en quién creer". Recordó de pronto los catorce años y los discursos del gordo Paparoni sobre lo que era punk. En esa época había querido ponerse un zarcillo en la oreja con un crucifijo y el Papa le había explicado que eso no le parecía demasiado punk. — Los crucifijos a tu edad no son punk. — Lo que pasa es que tú eres un gordo de mierda acomplejado— le había ripostado. — Eso sí es más punk pana. Pero no entiendes que un mocoso que dice ese tipo de vainas a un líder como yo no se puede poner un crucifijo pendejo como zarcillo. No ves que ya pasó papá. El punk tiene que estar más allá, en la vanguardia. Recordó como su mamá se había desmayado con la llamada de la gorda de seccional. Recordaba vagamente la familia acumulándose en la sala de emergencia tomando turnos preguntándole a la vieja cómo estaba y jurungándole la oreja para ver el hueco. Recordaba las sesiones con el psiquiatra al cual habían tenido que ir por su culpa. El tener que calarse a su familia media hora en silencio en el carro y después media hora más en la sala de espera. Ese rito de unión obligado por su zarcillo y las psicólogas del colegio. Aglomerados en pequeños espacios de aire acondicionado, obligados a verse, olerse, intentar evadirse en el más pesado de los silencios una vez a la semana, hasta entrar al consultorio del enano que les preguntaba sobre todas las tías muertas. Recordó el cuento de la bisabuela que se había suicidado subiéndose a una pila de libros que incluía a Los Miserables, La Dama de las Camelias, y una edición ilustrada de la Biblia para luego saltar al vacío y ahorcarse. Recordaba como pasaba horas imaginándose a la bisabuela guindando de una mata de cují mientras el enano explicaba como todos los trastornos familiares habían comenzado con ese gesto. El calor se posaba en los días de mayo como alambre de púas alrededor de la ciudad. Todos parecían un poco más encarcelados cuando empezaba a hacer calor en Caracas. Mistolín llegaba del colegio y se sentaba a comer frente al televisor. Después se acostaba a dormir horas en la tarde. Siempre se despertaba con una sensación de irrealidad extraña. Con un sabor amargo en la boca y una sensación clara de que todo era inútil. Esa tarde había tenido un sueño raro. Había soñado que era un cantante famoso montado en una tarima inmensa rodeado de mares de fanáticos que lo escuchaban aullar consignas durante horas. Después él y su grupo eran entrevistados en un canal de videos y él hablaba sobre sus letras inspiradas en su vida adolescente de pobreza, monotonía y falta de futuro. Cuando se despertó, se sintió más aturdido que nunca. Por instantes no sabía si era un adolescente monótono y sin futuro que soñaba con ser un cantante famoso o si era un cantante famoso que soñaba con ser un adolescente monótono y pobre. Se paró a robarle un trago de Brandy al papá, pero cuando salió de su habitación vio a su hermana encaramada en una silla, bajando galletas y dulces de todo tipo con una mano, mientras apretaba una cuchara de helado en la otra y masticaba con ansiedad. Se encerró en el baño a verse en el espejo antes de que ella se metiera a vomitar. Se quedó un rato perdido en la imagen reflejada y luego comenzó a inflar ligeramente los cachetes para ver cómo le quedaba un mentón más grueso. En eso vino la explosión de insultos de Vivi contra la puerta del baño. — ¡Apúrate que tengo que ir yaaa! — Eres una gorda. Tienes personalidad de gorda. Y cada minuto que me quede adentro van a ser gramos de grasa que se acumularán en tu cerebro. — ¡Abre, coño, abre! Mistolín, sintió remordimiento por el grito que no era de guerra sino de súplica. La dejó entrar y siguió viéndose en el espejo mientras ella se aferraba a la poceta. Ella se detuvo, justo antes de empezar a vomitar, ante el reflejo del agua teñida de azul. Levantó la cara y volteó hacia su hermano. — Hermano, ¿tú crees que yo soy fea? Mistolín sintió por primera vez en años algo perdido hacia su hermana mayor. Fijó con más obstinación su mirada frente al espejo. — No. Siempre he creído que eres linda. Se sintió tenso, con la mirada amarrada al espejo. Presentía que había mucho más por decir. Pero ya Vivi estaba perdida en sus arcadas. Y después se había separado de todo eso. Dejó de raparse el pelo y regaló las botas militares y las muñequeras de pincho. Había finalmente dejado de ser punk. Por razones ideológicas: la anarquía estaba bien, pero ya estaba cansado de tener que defenderse porque le gustara Colina. Bueno y también porque los ensayos del grupo cada vez eran más y los toques a veces coincidían con el Shabat de la catirita judía que lo invitaba todos los viernes a San Bernardino. Era, o tratar de cogerse a la catirita o la banda, y la verdad es que ya su virginidad le pesaba más que sus convicciones. Además, si se salía del punk, ella iba a sentir que lo estaba empezando a enderezar y seguro que eso le iba a ganar algunos puntos. Nunca pasó de lamerle las tetas apurado antes de dejarla en su casa después de comer helados en Tuti—Fruti, pero todavía le excitaba imaginarla hablando con las eres arrastradas y mostrándole orgullosa los sostenes blancos que vendía la mamá en una tiendita en el centro. En todo caso sus incursiones a los rituales hebreos como que habían dejado su huella. Con más furor que nunca decidió admitir sus tendencias rockeras venezoofílicas ante el mundo. Con una convicción y militancia que sorprendió a algunos panas y a una tía abuela que se calaba sus discursos, comenzó a hablar sobre todos los datos biográficos—estéticos—conceptuales de la generación del uno por uno. Comenzó a tratar de convencer a quien le quisiera escuchar que Colina era el Charly García de Venezuela. Se había conseguido un librito llamado "Déjame que te cuente: conversaciones con Yordano, Colina, Franco de Vita e Ilan". Por primera vez terminó de leerse un libro entero. Por primera y última vez, subrayó frases enteras. Así como cuando el entrevistador escribe que Colina: "parece el sueño de un dramaturgo sin presupuesto, un actor lleno de actores" — página cuarenta y dos… "Me mira con sus ojos de alucinado y su cara de superstición, su aire bíblico de profeta" — página cuarenta y cuatro… y así seguía. Su mente se enardecía pensando que había descubierto el origen de la nueva identidad musical de Venezuela. Venezuela, este país tan atormentado por su ausencia de identidad. Algunas porque se sentían con demasiada tendencia a engordar, otros porque no les alcanzaba para comer bien; unos porque se querían ir del país, otros porque querían sacar el país a pedazos; unos porque estaban en contra del sistema, otros porque decían que la juventud anarquista era una importación balurda de países plastificados con intenciones comerciales. Todos parecían odiar las identidades ajenas, o despreciabas a las sifrinas, o los pavitos, o los monos, o los nerds, o a los choros, o a los yuppies. Lo único en que parecían estar todos de acuerdo, desde los heavy a los woperó, era que la música llanera era un asco y que nadie sentía emoción alguna cuando el arpa, cuatro y maracas salía a representarnos en las Olimpíadas o los desfiles de Miss Universo. Pero de nuevo Colina se había mostrado como el vocero de este precoz movimiento. Allí en la página 51, subrayado en naranja fosforescente, el shamán decía: "De alguna manera cuando cantábamos la Cerecita de Luis Mariano, por allá en los primeros años, yo sentía que no tenía que ver conmigo. Todo eso es muy lindo, pero es algo de lo que no estoy hecho. Yo no podría cantarle a una vaca, como Simón Díaz, porque las vacas solamente las veo en documentales por la televisión, en películas del Oeste o en alguna cuña de leche en polvo, y eso no puede inspirarme a una canción. En cambio el tránsito, las calles, el desempleo y la angustia me pertenecen totalmente. Cuando voy al campo, siempre el menor tiempo posible, me llevo la ciudad a cuestas…". Chalís había conseguido su bandera, su norte, su camino. Las fantasías con la cuquita enrulada de la judía y sus largos discursos sobre la identidad musical nacional, fueron suficientes para saber que no hacía falta estudiar en el exterior para tener futuro en este mundo. Pasaba tardes montado en su cama fantaseando con los sets de colores tupper—ware de Sábado Sensacional. — Marico, vamos a ir pa la fiesta del pana o no. — ¿De bolas, marico, no vamos a chigüirearlo un rato otra vez? — ¿Marico, por qué siempre usas ese lenguaje de choro? — Porque estoy en búsqueda de un lenguaje autóctono, que nos defina, la identidad musical nacional. ¿Lo vamos a chigüirear o no? — Coño pana, ¡no! De bolas que no. Es el hermano mayor de la Tati. — La Tati es un grillo pana. No entiendo ese empepe. — Coño pana, además el otro día que estaba en la casa de la Tati me puse a hablar con el tipo y me dijo unas vainas super crudas. — ¿Ese güevonote? — Sí marico, me empezó a hablar de unos tipos que se llamaban los Sex Pistols y como los tipos fueron el comienzo del minimalismo en el rock. — ¿Qué sabes tú o ese tipo de minimalismo? — ¿Marico, eso no es lo que tú dijiste que estábamos tratando de tocar? — ¿Y? — Minimalismo postmoderno hip—hop, con algunos elementos ska y post—punk, pana. Eso era. — ¿Y? — Marico, que este tipo es el que nos puede ayudar a mezclar el peo punk de los ochenta con lo nuestro. Con eso revolucionamos el mercado. — Cuántas veces te lo digo pana, que a nosotros no nos interesa el mercado. — Bueno, lo que sea marico. Hacemos la constituyente del rock nacional. Mezclamos los noventa con los ochenta. Lo único que nos faltaría es que tu aprendas a tocar. Se rieron juntos y por instantes parecían creer. Sacó uno de la fiesta que hizo para despedir los ochentas. Woodstock en el patio de su casa. Sus padres se habían ido a Margarita así que había decidido convocar a cuatro días de paz, música y amor en el patio de su quinta en Prados del Este. Dios apareció lento en esa rumba. Se entremetió como lo solía hacer. Echó algunos brinquitos con la aparición de The Cure y se apoderó de la escena cuando todos sudados comenzaban a golpearse en medio del patio bailando Slam. De pronto una presencia divina creaba algo que sólo allí lograban reconocer, de pronto todos se contagiaban de algo, como si la letanía que sentían aglomerándose en las tardes después del colegio y en el escaso convencimiento de futuro se volteaba. Como si el vacío cóncavo se volteara y se hiciera convexo y se hilara entre todos formando un conjunto. Este grupete de adolescentes que querían ser los desadaptados de una cultura sin identidad, como si todas esas banderas izadas en este país sin viento, entre el sudor y los golpes y los ritmos velocísimos se hicieran una. En ese instante sabían que había una presencia divina, que dios oscuramente los convocaba a través de acordes repetidos. Esa noche, en el patio de esa quinta burguesa caraqueña, en esa casa cuyos ritmos eran dictados por las alarmas despertadoras, las alarmas de los carros, la alarma de la casa, los piticos del micro—ondas, las campanas de Radio Rumbos que acompañaban a la mujer de servicios al planchar, y los jingles de la televisión por cable; en esa casa donde ya no se escuchaban ni orgasmos, ni pleitos, ni el sonido del asombro, ni las voces de la duda; en esa misma casa sonó a dios. A algo divino alargando sus tentáculos para abrazar esa generación antes de despedirlos al mundo corporativo y responsable, o la gaceta hípica y la medianía, antes que los gritos de unos ingleses llamados La Policía pasaran de ser un himno rebelde a convertirse en la voz de las emisoras adulto contemporáneo. No se supo bien cómo terminó, pero habían tenido su festival, habían logrado vivir por unos momentos. No se sabe quién se acostó con quién, pero era como si todos hubieran tirado. Por la mañana, Chalís sintió el sol castigándolo y se dio cuenta que se había dormido en la grama abrazado a una mujer que, aunque no recordaba bien quién era, tenía la seguridad de que había parecido un poco más joven y menos fea la noche anterior, debajo de la pintura morada de labios y la chaqueta de cuero. Se paró abatido de nuevo por la sensación de estar vivo y caminó hacia la sala donde saltaba un disco una y otra vez en el plato sobre la misma estrofa. Era Yordano. A él, como dueño de la casa, le habían permitido poner sus discos al final de la rasca cuando ya los cuerpos se tiraban al suelo exhaustos. Se habían quedado dormidos antes del final del disco que giró rayado, repitiendo una y otra vez el mismo verso como sentencia o como cobijo: Yo no me voy, yo me quedo aquí... Mistolín había conocido al Chalís en condiciones forzadas. A la semana de la fiesta de la Tati, por fin había podido entrar a la casa sin la presencia de la familia. Estaba perdido intercambiando saliva y calculando en qué instante le iba a agarrar la mano para que se la pusiera en el pene a la fuerza cuando se escuchó la puerta y los dos tuvieron que saltar. Era Chalís, el hermano mayor que entraba con una bolsa llena de comida enlatada y silbando una canción de La Misma Gente. Como estaba concentrado tratando de recuperar la letra no tuvo oportunidad de fijarse en su hermanita, la copita de vino, la niña modelo acomodándose improvisadamente el sostén. — ¿Y éste quién es? — Es un amigo. — ¿Y a qué te dedicas tú, amigo? — Yo soy músico pana. — ¿Ah sí? ¿y qué tocas? — Poemas tonales minimalistas post—punk. Chalís tuvo un pequeño sobresalto e intentó infructuosamente disimular un gesto de curiosidad en su cara. Invitó a su hermanita y al peligroso músico adolescente a comer de una de las bolsas de papas fritas y se sentó con ellos, generando una sensación ambivalente de tranquilidad y desespero en Tati y una frustración inenarrable en los planes de Mistolín. Sin embargo, el interés por la palabra post—punk generó todo un deleite de fraseología musical que los condujo a un debate entre las expresiones artísticas populares de los ochentas versus los noventas. Mistolín intentaba convertir su rabia en discurso, su frustración sexual en venganza ideológica. — Perdona que lo diga mi pana. ¿Puedo decirte así verdad? — Mientras recuerdes que yo soy el hermano mayor de esta criatura. — Claro pana. Perdona que lo diga, pero seguro que tú eres de esos viejos ochentosos cuyo concepto de rumba es escuchar a Pink Floyd y fumarse un tabaco. Chalís escuchaba desconcertado. — Mi pana, ya pasó, ya hay otra música y otros rituales. — Pero lo que tú no pareces entender es que los clásicos siempre van a sobrevivir el paso del tiempo. — ¿Sobrevivir cómo pana? Sobrevivir como la jeva esa que cantaba en televisión, que se mudó para Nueva York y terminó de estriper en la calle 42. Aferrada a su casetico, con sus ocho canciones de gloria, poniéndolo a sonar mientras se desviste para unos portorros avejentados. ¿Sobrevivir dónde? Si ya ni existe la calle 42. Los músicos de tu época se desaparecieron y están repartiendo pizzas en alguna ciudad oscura de Ohio o Wisconsin. — Pero esos no son los clásicos, los clásicos perdurarán. — No pana. Postmodernismo pana. Postmodernismo. ¿o no has escuchado? El tipo de REM perdió su religión, Silvio su unicornio, Candy Candy su virginidad, las ideologías fracasaron, el sexo libre trajo el Sida, U2 se quedó atrapado en un momento que no pudo dejar atrás. Pasó pana. Pasó. Mistolín parecía poseído, parecía casi creerse su propio discurso. Chalís estaba abatido, su verdad había tenido un traspiés. Pero al mismo tiempo sentía que tenía una labor de evangelización pendiente. Sacó sus afiches punk y empezó a explicar la ideología de la anarquía. Mistolín reacio comenzó a olvidarse de los senos de Tati. La rumba para conmemorar a la mejor música del siglo había comenzado a pedir de boca. Una banda de treintones se habían reunido. Algunos enfluxados, otros con sus chaqueticas de jean con olor a closet y sus franelitas del Ché. Sólo un pequeño grupo de adolescentes parecían desentonar con el ambiente. El Presidente hablaba encadenado, así que pusieron el canal del Estado de fondo sin volumen y la música de un cantante andrógino que se había cambiado el nombre de Príncipe a una sigla de un alfabeto inexistente y se autodenominaba El Artista. Tenía un clásico de los ochentas que rezaba que iban a rumbear como si fuera 1999. Después un poquito de Playboy Channel y música electrónica. Pero el Chalis se había enfrascado en una conversación que amenazaba con darle sentido a su vida hasta las cuatro de la mañana. Mistolín empeñado en descubrir la verdad, había olvidado por momentos las tetas de la Tati y comenzado una conversación sobre Sex Pistols y la ideología punk. Chalís sacó las fotos guardadas de Johnny Rotten que languidecían entre una caja de revistas pornográficas italianas. Esas donde las modelos todavía son gordas y huelen a caneloni. Mistolín le explicaba su plan para revolucionar el mercado. Aunque admitía no entendía muy bien que era eso del mercado. Revolucionar algo pues, inyectarle vitamina a la juventud. Darle un sentido más sentido a las rumbas y eso. Así que se habían metido en internet para comenzar a leer la página del grupo. Primero aparecía "la Historia del Grupo" que rezaba: "en el año de 1998 Lacrita y Mistolín comienzan a experimentar en el mundo de la música, aprendiendo desde cero el arte de tener un grupo... luego de poco tiempo conocieron a Ñungo, la química entre ellos era evidentemente fructífera"… Luego, la filosofía… "debemos asumir con valentía el hecho de que somos únicos. No podemos permitir que la luz de nuestros ideales sea tapada por la sombra del miedo a ser rechazados… No permitiremos que el parásito de la sociedad se alimente de nuestros sueños y ambiciones. Siempre habrá lluvia para camuflajear nuestras lágrimas… recuérdense de nosotros cuando llueva". El Chalis estaba emocionado sintiendo que estaba compartiendo su sabiduría con un discípulo fértil. Detrás del cuarto comenzaron a escuchar: — Me voy. ¡Coño me voy! — Tranquila concéntrate en tus sentidos. — Por fá ponte el condón, anda que ya no aguanto más. Era la hermanita de Chalís, la copita de vino de la casa, el amor platónico de Mistolín. — ¡A mí nadie me dice cuándo ni dónde tengo que acabar! — Gritaba molesto Lacrita. Alguien había puesto una canción de Marillion como subrayando el desastre. "Where Do We Go From Here", gritaba un tipo llamado Pesca'o detrás de las cornetas. El Chalís salió corriendo y le enterró una patada a Lacrita que le sacó el aire. Luego empezó a insultar a la copita de vino venida a puta de manera inconsolable. Mistolín, un poco aturdido, aprovechaba para guardarse un cenicero y dos de los cassettes de Sex Pistols en el bolsillo. Salió apurado de la casa y caminó hasta altas horas de la noche. Meditó sobre las revoluciones y sus vicisitudes. Por la mañana ya había decidido inscribirse en el tecnológico, en ese que dan vainas de computación. Todos sabían que allí estaba el futuro.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Leer Los Dioses Generacionales de este pana llamado Llorens me hizo recordarme a mí mismo el 30 de Septiembre de 1998, cuando vivía en un apartamento de Sabana Grande un momento de abundancia con Portishead en vivo desde el Roseland como música de fondo paralelamente a un momento de "reberdía" hacia la responsabilidad que me había encasquetado la jefe del departamento de facturación de un bufete de abogados al que todos los abogaditos mamagüevos llamaban "la firma". Yo vivía quizá a varias calles del guevón del Mistolín, habré pasado varias veces al lado de la tienda de sostenes blancos de la mamá de la judía con la cuca de rulitos y rumié durante insaciables horas las filosofías posmodernistas mias o ajenas con las que habría de arreglar el país, el mundo y el universo. Me hizo recordar todos los Riko Malts con cachito de jamón que me tomé en las Avenidas Baralt y Solano para matar el hambre después de haberme fusilado todo el sueldo en salidas con jevitas chéveres en restaurantes de la Monterrey de las Mercedes habiéndome creído amo del valle por un ratico. Despertando de las rascas de fin de semana sintiendo que todo era inútil y que el mundo iba a terminar para la desgracia de todos con la última canción del último disco de Yordano y con un resoplido huracanado con olor a Ventarrón limón llevándose por los aires los Fiats Palio, los semáforos y toda verga. Leer este cuento me hizo sentir vivo y con ganas de leer más sobre aquella época. A ver brother Llorens, si este cuento se convierte en Novela. Te prometo que si la publican, me meteré en la Librería más neoburguesa de Caracas y pagaré por ella el exorbitante precio que aparezca en la etiqueta pegada lado del código de barras y el número ISBN.

Nadir dijo...

Querido Alvaro, el treinteañero como yo... se te olvidó que además de todo lo que dices...terminábamos juntos tomándonos unas frías en el Cordon Blue en plena Plaza Venezuela...oyendo y coreando "no voy en tren, vooooooooooy en avión" del pana Charly. Yo me uno a la compra de la novela de Llorens, ojalá se anime.
Besosssssss generacionales

Manuel Llorens dijo...

Hola Nadir,
Me alegró inmensamente tropezarme con tu blog y encontrar De Cuando en Cuando un Dios publicado. Me alegra que tenga lectores y que haga puente con otras vidas. Si me envías un correo te puedo enviar el libro Poema Para un Lunes Bancario como agradecimiento. Mi dirección es manuel_llorens@hotmail.com.
Saludos,
Manuel

Nadir dijo...

Manuel, es un lujo que dejes una nota en mi blog, gracias. Ahora mismo te escribo y a mi pana le dará gusto cuando se lo reenvíe tu "poema para un lunes bancario". Lo que es para mi como tu obsequio de agradecimiento también es de Álvaro por sus comentarios a tu cuento. Ahora mismo te escribo.