4.12.06

MINICUENTOS VENEZOLANOS

Los escritores venezolanos tiene una tradición muy reconocida internacionalmente en el género del minicuento, por esta razón escogí algunos que andan navegando en el cyberespacio para ustedes (tomados de http://www.cronopios.com.br/site/prosa.asp?id=334).

Dicho género literario parece muy fácil, pero a mi parecer es de los más complicados de hacer: tienen que ser concisos, muy expresivos y que atrapen al lector en pocas palabras. Espero les gusten.

Les recomiendo un artículo sobre el tema, entrar a:


AUTOR RIGOBERTO RODRÍGUEZ
Relata referimus
Mal contada la historia, ningún cronista reseña el hecho cierto de los inmensos dolores que hubo de padecer la cenicienta cuando, en franca huida a mitad de la noche, no alcanzara a eludir un saliente en la escalinata exterior de palacio, clavándose en el pie la astilla de un zapato roto. Esto acaeció hace mucho, mucho tiempo, en un apartado reino.

Mala praxis
El doctor López tiene una espantosa y recurrente pesadilla que lo acosa desde hace algún tiempo: se ve a sí mismo en una de las clases de anatomía que dicta regularmente en la universidad, con la diferencia de que esta vez es él quien reposa sobre la mesa de disección. A su alrededor, a manera de estudiantes, se congrega un grupo de cadáveres con los rostros conocidos de los que en otra infeliz oportunidad fueran sus pacientes, quienes se disponen, llenos de contento, a tasajearlo en pedazos.

Un cuento de horror
Felipa no hacía otra cosa que quejarse, llorar y maldecir a todo lo largo del día y la noche. Los fantasmas se preguntaban si acaso no estaría embrujada la casa.


AUTOR EFRÉN BARAZARTE

Barrio Pantaletas
Las mujeres lavaban sus pantaletas el día sábado. Decíamos que esas telas finas suspendidas en los alambres hasta el atardecer eran el cielo. Jamás el cura supo nada, eso fue un secreto de niños. Ahora, años después, vivo en el mismo sitio. Cuando mi mujer guinda sus pantaletas, siento una levitación como si viniera del espíritu santo.

AUTOR EDUARDO CASANOVA
La Voz
Había pedido la voz. Volvió a encontrarla cuando la voz, muy molesta, le gritó desde la esquina.

AUTOR FRANKLIN FERNÁNDEZ
De: "Fragmentos fantásticos"
Me obligan a recoger cientos de cadáveres de mujeres desnudas. Observo marcas en su piel y me doy cuenta que ligeramente fueron castigadas. Las envuelvo en bolsas plásticas negras y ordenadamente apilo sus cuerpos unos sobre otros. Tomo apuntes en un cuaderno de notas y no me permiten opinar ni preguntar nada, absolutamente nada.

AUTOR ARMANDO QUINTERO LAPLUME
El secreto del retrato
—¡No es tan bonita! Como pintura, puede salvarla el paisaje de fondo. Además resulta mucho más pequeña de lo que en realidad es, ante "La Virgen de las Rocas" que le colgaron a su frente —comentó el joven. Pero tampoco él percibió cómo, debajo de la eterna sonrisa del retrato, Leonardo da Vinci se ha autorretratado a las risas, por los siglos de los siglos. ¡Éste ha sido su mejor y muy bien guardado secreto!

AUTOR GUILLERMO CADRAZCO
Mirada fija al horizonte
Los tres hombres llegaron a la alambrada. Dos de ellos pasaron al otro lado seguros de que tendrían una buena cacería. Mientras tanto, el que no pasó echaba una meada y miraba fijo al horizonte. De repente, se oyó una fuerte detonación y el hombre cayó de bruces, haciendo la cruz con su brazo izquierdo y la escopeta.

AUTOR RUBÉN MARTÍNEZ SANTANA

De pie
Gran confusión sí hubo entre los presentes, pero todo quedó aclarado cuando el niño explicó, mientras se elevaba, que no era que él se estuviese elevando, como parecía, sino que era el planeta Tierra el que se estaba hundiendo, mientras él sólo seguía allí, de pie.

AUTOR WILFREDO MACHADO

Borgeana
Frente al espejo de la cómoda, una fotografía del viejo Borges de S. B., que ha estado allí por varios años. ¿Cómo pueden verse los ciegos en la fotografía y saber que su rostro, un rostro que ellos mismos han olvidado, no es otra cosa que una metáfora del tiempo?

AUTOR DOMÉNICO CHIAPPE

Magnitud
Ellos creían que el amor que se juraban era el más grande del mundo. Hasta que nació su hija.

AUTORA ROSANA ORDÓÑEZ
Pianista, contigo me quiero casar
Casarme contigo, pianista loco, amarte en silencio mientras transcurre el día entre Beethoven, Bach, Tchaikovski y tu propia creación.
Llevarte a la Iglesia y al psiquiatra. Psiquiatra de día, iglesia de noche, iglesia-piano-psiquiatra-cama-psiquiatra-iglesia-piano. En claves de sol y fa iniciarás tu retorno
Tú al piano yo cocino, guiso. Tortas de manzana, budines, carnes, arroz o papas. Tú duermes. Navego en internet: google psiquiatría, yahoo pianista, cantv amnesia...
Desnudo las tiendas de música para desgarrar arpegios y armonías, hurgar en ritmos e instrumentos hasta encontrar aquel sonido hermano que te traiga de nuevo al mundo porquería.
Descubrirás que hablas polaco o francés y yo español. Volverás con tu mujer o con tu amigo gay. Mi esposo me olvidará. Nadie nos quitará lo tocado. Gracias pianista, por el encanto de soñar lo imposible.
A las tres de la tarde
Hicieron el amor. Eran felices. La corrida sería a las tres. Ella no lo acompañó, prefirió ir a comprar ropitas para el futuro bebé. Regresó cansada. Se tendió en la cama del hotel y encendió el televisor. Lo vio. Con el cuerno calado en la ingle y las luces del traje girando en el aire. Él se diluye en la ambulancia. Ella en la cama. El niño es sangre y arena.
El último melón
Terminó la cena: albóndigas, macarrones y jugo de melón. Cargó con las siete poncheras, de diversos tamaños y colores. Sobre ellas colocó la cesta rebosante de ropa lavada.
Salió a la escalera de hierro. Subió los peldaños cegada por el fardo y las poncheras. En el techo se alineaban siete cuerdas una tras otra, simétricas como los rieles de un tren, enlazadas a cada lado en dos tubos en forma de T.
Odiaba cocinar y amaba lavar. Lo aprendió desde niña. El secreto residía en aquellos siete cazos, reflejo del andar de su familia.
La ponchera más grande, de metal, para las sábanas sumergidas en cloro. En la pequeñita anaranjada, pantaletas, sostenes y blusas, revivían en el jabón especial para las sedas, inicio del ritual culminante cuando Pancho la bregaba. La azul para los bluyines, donde un chorro de Ace les sacaba la mugre. La verde con dos asas unía interiores y medias hediondas, de color indefinido, cepilladas con jabón azul, único capaz de abolir pecuecas adolescentes. El Brisol de los platos en el tobito rojo recogía los paños de cocina, banderolas con peras, ovejas, vaquitas y gallinas desvencijadas. La de peltre, para las camisas y piyamas de Pancho: primero jabón azul en los cuellos y las axilas, luego Ace, lavadora y enjuague con Mimosín. En la ponchera amarilla exhibía la pobreza en toallas raídas, como coletos.
Algún día tendría una toalla sólo de ella, gigante, con un Hulk verde o un Pato Donald, para entregarse al sol, lejos de la rutina, de los guisos, y la escoba. Sin esa lluvia maldita que caía, arreciaba y mojaba lo mojado.
Molesta, colocó las siete poncheras, una tras otras para recoger la ropa recién tendida. Cuanto anhelaba un rayito de sol.
Centelleante en el poste de luz, el astro rey lanzó una chispa. Saeta mortal, la lanzó de la azotea, y su cabeza llena de sueños se abrió como el melón que preparó para el jugo de la cena.

2 comentarios:

Nadir dijo...

Si quieren leer un artículo sobre los minicuentos y textos breves en la literatura venezolana durante el siglo XX, entre a:
http://www.fl.ulaval.ca/cuentos/rojo1.htm

Nadir dijo...

El link para el artículo está en el cuerpo de la entrada para mayor comodidad....