14.1.07

E. LIENDO y su mascota roja

Eduardo Liendo nació en Caracas en 1943. Obtuvo el Premio Municipal de Literatura en 1985, y en 1990 el Premio CONAC de narrativa. Laboró durante muchos años en la Biblioteca Nacional, siendo su último cargo el de Director de Extensión Cultural. Ha publicado los siguientes libros: Los Topos (novela, 1975), Mascarada (novela, 1978), El mago de la cara de vidrio (novela, 1983), Los platos del diablo (novela, 1985), Cocodrilo rojo (relatos, 1987), Si yo fuera Pedro Infante (novela, 1989), El round del olvido (novela, 2002) y El diario del enano (primera edición con Monte Ávila Editores y la actual con nosotros).
El libro "Cocodrilo Rojo" se caracteriza por su humor ágil, divertido y a la vez rico en metáforas. Es una lectura que atrapa desde el inicio, ideal para jóvenes y adolescentes. Actualmente se encuentra en los libros publicados por Monte Ávila Editores Latinoamericana en el marco de la Colección Biblioteca Básica de Autores Venezolanos.

Algunos minirelatos del libro...

PERSISTENCIA Se acostumbró tanto a su cuello torcido que reencarnó en una flor de barranco.
IGNORANCIA El viejo prestidigitador, ante la desnudez excitante de la mujer, apeló a todos sus antiguos poderes celestiales. Después de cumplir un agotador sortilegio, logró el milagro de la erección. Pero ella, una neófita en las artes mágicas, comentó tontamente: "es muy pequeño..."
ASFIXIA Todo ocurrió de manera tan brusca, que no tuve tiempo de asombrarme. En la puerta me despedí de Elizabeth, con esa prueba de ternura y tedio de todos los días. Presioné el botón del ascensor. Cuando se abrió, entré sin mirar y sólo me encontré con el vacío. Fui a caer dentro de un pozo de petróleo espeso y me hundí lentamente en esa baba negra. Nadie vino en mi auxilio a pesar de los gritos; sin embargo, al final de todo, vi arriba una pareja de turistas gringos, que parecían divertirse mucho con la situación y tomaban la que sería mi última fotografía como souvenir.
SUSPENSO Ese astuto cojo, que sacudía violentamente un pie en el aire antes de posarlo en el piso, era el único bípedo que desconcertaba a los mosaicos.
CALISTENIA Ella lo había amado rabiosa y fielmente desde la pubertad. Primero, padeció su distancia, después lo aproximó a su cuerpo en las noches solitarias entre sofocantes delirios. En esos precipicios imaginarios llegó a conocerlo intimamente. La noche nupcial sólo fue para ella una natural continuación de sus viejas secretas fantasías. Pero él, que poco o nada entendía de metafísica saltó del lecho y le gritó endemoniado por los celos: "¡Maldita! Eres una mujer experimentada".
Tomados de:
Liendo, Eduardo (1987) "El cocodrilo rojo". Edit. Selevén. Caracas.

AHORA UN CUENTO MÁS LARGUITO....
LA VALLA Eduardo Liendo

Desde la tarde que me suspendieron la incomunicación y salí del calabozo para recibir en el patio un poco de sol y de brisa salobre, la valla adquirió su dimensión de reto. Cuando regresé al calabozo ya me había penetrado la obsesión de la fuga. Mi corazón no estaba resignado a soportar la servidumbre del tiempo detenido. Por eso, el reto de la vida tenía la forma de esa cerca metálica, de no más de cinco metros de altura, enclavada en el patio de la prisión. Del otro lado se encontraba la continuidad del tiempo y la promesa de una libertad azarosa y mezquina. Era mi deber intentarlo. Cada vez que salía al patio durante esa hora vespertina, mi intención se fijaba en tratar de precisar cuál podía ser el punto más vulnerable de la valla, según la colocación del guardia (el puma) y el momento más propicio para saltarla. Era una jugada que requería de tres elementos para ser perfecta: ingenio, velocidad y testículos. Para no considerar la acción descabellada, debía descartar también la mala suerte. Por ese motivo escogí, para intentarla, el día más beneficioso de mi calendario: el 17. Entre mi proposito de fugarme (y seguramente el de otros compañeros que caminaban pensativos por el patio) y su feliz consumación, se interponía la dura y atenta mirada del puma que siempre mantenía la submetralladora sin asegurador. Era un hombre en el que fácilmente se podían apreciar la fiereza y la rapidez de decisión. Por su aspecto físico resultaba un llamativo híbrido racial: una piel parda, curtida por el mucho sol, ojos grises de brillo metálico y el pelo marrón ensortijado. La única ocasión que me aproximé con temeridad hasta la línea límite, marcada a unos dos metros antes de la valla, se escuchó un seco y amenazador grito del puma: ¡alto! (Supe por otros prisioneros más antiguos, que alguien al intentar saltarla, recibió una ráfaga en las piernas). Después del incidente hice algunos esfuerzos por cordializar con el guardián, tratando, de este modo, de ablandar su atención, pero el puma no permitía el dialogo ni siquiera a distancia. Estaba hecho para ese oficio, sin remordimientos. Lo máximo que obtuve de él, fue que en un día de navidad me lanzara un cigarrillo a los pies desde su puesto. Durante cinco años, mi plan de fuga se quedó en la audacia de lo imaginado. Por mi buena conducta fui transferido del calabozo a una celda colectiva, hasta que el almanaque puso fin a la espera y obtuve la costosa libertad de forma legal y burocrática. Regresé así a la normalidad calumniada que tanto despreciamos. De nuevo el tiempo había recuperado su perdido sentido y mis reflejos comenzaron a adaptarse nuevamente a la prisa de la ciudad. La memoria de los días inmóviles se fue desdibujando. Pero una noche, durante un sueño intranquilo, reapareció la valla con su reto. Al principio logré asimilarlo como uno de esos indeseables recuerdos que con mucho empeño logramos finalmente desgrabar. Pero la misma visión comenzó a repetirse cada vez más intensa, hasta transformarse en un signo alarmante que surgía en cualquier situación. Eso me hizo detestar mi suerte: la libertad no era más que una simulación, porque yo había quedado prisionero de la valla y del miedo a saltarla. Una mañana decidí visitar la prisión y solicité hablar con el puma (Plutarco Contreras, era su nombre). Me recibió cordialmente y hasta mostró agrado cuando le dije que tenía buena readaptación a la nueva vida, que me desempeñaba como vendedor de enciclopedias y estaba a punto de casarme. También a mí me sorprendió favorablemente no encontrar en sus ojos la antigua dureza. Volví a verlo en varias ocasiones y se estableció entre nosotros un relación amistosa. Una vez lo esperé hasta que terminó sus obligaciones, conversamos un rato y yo le ofrecí como regalo un llavero de plata con la cara de un puma. Antes de irme, con recelo le pedí un favor, él estuvo de acuerdo y comprensivo con mi solicitud. Cuando entramos al patio, su mano descansaba con afecto en mi hombro. Después él se colocó en su sitio habitual de vigilancia, mientras yo (exactamente como lo había pensado durante años) me trepé por la valla metálica y salte hacia el otro lado del tiempo. Al caer, sentí una súbita liberación. Me di vuelta para despedirme, y apenas tuve tiempo de ver la terrible mirada del puma que me apuntaba con el arma. —Lo siento —dijo antes de disparar— yo también esperé mucho tiempo esta oportunidad.

Publicado en el primer número de la revista ficción breve venezolana, tomado de:
http://www.ficcionbreve.org/cuentos/lavalla.htm

3 comentarios:

Nadir dijo...

En mi otra sección del blog "El Camino del Escritor" encontrarás una entrevista con Eduardo Liendo muy interesante. Entra.

Anónimo dijo...

està publicado el segundo numero de Buràn


www.buran.it

gracias por tu historia, por tus palabras preciosas
brunella

Nadir dijo...

Qué buen noticia, ahora tenemos "La Valla" en italiano, mil gracias Brunella...
Gracias a la revista Burán por difundir la literatura venezolana en italiano
Saludos